!Zas! La tableta se le cayó al
suelo.
Miró hacia abajo. Vio su pie desnudo sobre las frías losetas. La tableta con la pantalla rayada reflejaba, deformado, su cuerpo. Se miró incrédulo. Miró a su alrededor. Soledad.
La pizarra ladeada a sus pies, apoyaba sobre la pared y amenazaba con caerse. La gran mesa dispuesta en vertical parecía una cueva. Extrañeza.
Las sillas y los pupitres, de cuatro en cuatro, parecían jugar al corro. Las tabletas sobre ellas parecían los ojos de Polifemos silentes ... Su mirada quedó atrapada en la ausencia como un agujero negro. Perplejidad.
Cerró los ojos con fuerza. Oyó murmullo, quejas, risas nerviosas y, de nuevo,... un sonoro silencio. Inquietud.
Respiró con fuerza. Olía a goma de borrar abandonada, a tiza de colores rota y a sorpresa adolescente. Desazón.
No se atrevía abrir los ojos de nuevo. Sentía tanto miedo que le dolían los párpados. Y !Zas! Un timbrazo.
Hoy empezamos.
Miró hacia abajo. Vio su pie desnudo sobre las frías losetas. La tableta con la pantalla rayada reflejaba, deformado, su cuerpo. Se miró incrédulo. Miró a su alrededor. Soledad.
La pizarra ladeada a sus pies, apoyaba sobre la pared y amenazaba con caerse. La gran mesa dispuesta en vertical parecía una cueva. Extrañeza.
Las sillas y los pupitres, de cuatro en cuatro, parecían jugar al corro. Las tabletas sobre ellas parecían los ojos de Polifemos silentes ... Su mirada quedó atrapada en la ausencia como un agujero negro. Perplejidad.
Cerró los ojos con fuerza. Oyó murmullo, quejas, risas nerviosas y, de nuevo,... un sonoro silencio. Inquietud.
Respiró con fuerza. Olía a goma de borrar abandonada, a tiza de colores rota y a sorpresa adolescente. Desazón.
No se atrevía abrir los ojos de nuevo. Sentía tanto miedo que le dolían los párpados. Y !Zas! Un timbrazo.
Hoy empezamos.
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