Me
gustaría presentaros con satisfacción grandes experiencias didácticas,
mostraros orgulloso una realidad que demostrara que podemos cambiar el modo de
enseñar en nuestros centros con un clic.
Me
gustaría pensar que sin disponer de medios, apoyos y recompensas
se puede ser capaz de cambiar la enseñanza, que podemos ser capaces de
involucrar en nuestra aventura a todos: profesores, alumnos y familias, de hacerles
participar y colaborar, de crecer y mejorar juntos. Pero no lo creo.
Ya
estoy un poco harto de reflexionar sobre educación, de repensar sobre la
enseñanza, de replantearme los procesos de aprendizaje y de usar palabras
extrañas al vocabulario de la calle. Al fin y al cabo a mí sólo me interesan las
personas, las personas y sus necesidades, las personas y su sentimientos:
las de mis compañeros, las de mis alumnos y
sus familias.
Pero, en estos aciagos tiempos, está mal visto hablar de afectos, de emociones, de valores. No sólo resulta
impúdico sino trasnochado. Los que nos hemos aprendido y desaprendido desde la
educación socioafectiva y la educación en valores, de los transversales y
las transversales, de la inteligencia emocional y de las inteligencias
múltiples nos encontramos perplejos ante la resurrección de la distancia y la
tangente, del desmarque y el fuera de juego, de la selección y la marginación,
de la élite y de la exclusión sin piedad, sin pudor y sin vergüenza.
Escribo
para que no se me olvide, porque no se nos puede olvidar, que la educación se
realiza por y para la gente, para todos y para todas. Por ello, me quiero
acordar de todos aquellos que la devuelven a su sitio, al corazón de las
emociones. Porque sin emociones, sin pasión no hay enseñanza ni aprendizaje. Y
le llaman Emotionware. ¡Y dale, que dale! ¿Qué horror!
Les
dedico a todos ellos palabras sólo palabras, nada más que palabras. Palabras
para quienes me han enseñado a ocuparme y preocuparme de mis alumnos como
personas y no sólo de que aprendan contenidos, contenidos y más contenidos.
Palabras para quienes me enseñaron a interesarme más por las miradas de los
alumnos que por lo que dice el libro de
texto, para quienes me enseñaron la importancia de dedicar una sonrisa, de escuchar,
coger del brazo, de tocar la espalda de un alumno cuando lo necesita, para
quienes me alentaron a contagiar la pasión que sentimos nosotros cuando estamos
en el aula.
Si
hacemos disfrutar a nuestros alumnos, también podemos disfrutar nosotros. Si
entendemos de qué va eso de escuchar, de conectar con el alumno, de aprender de
ellos, entenderemos que no podemos cortar el fluido de energía, de aliento, de
vida que nos transmiten sin pensar en las consecuencias de lo contrario: el
cansancio, el desánimo y la rutina.
Tenemos
la responsabilidad de ser profesores y de ser buenos profesores. Pero el cómo
sí importa. Vaya si importa. Importa si tenemos una actitud positiva, si nos implicamos
con lo que hacemos, si perdemos los miedos. Tenemos que dar respuestas a los
que nos necesitan como alumnos, como compañeros, como personas, porque ellas
dotan de sentido a lo que hacemos. Como una vez le dije a una alumna _¡Hola,
Belén!_: No hay excusas. No hay miedo.
Llegado
este momento, es necesario ponerle nombres a mis maestros. No tengo la intención de elaborar una interminable lista
de agradecimientos al estilo de las ceremonias de los Goya. Ya sabéis: a mi
padre y a mi madre, a mi esposa, a mis hijos y a mis amigos y una alusión
quejosa al ministro. También podía contaros una anécdota significativa de cada
uno de ellos, pero os aseguro que como en la dichosa gala sólo el premiado le
encuentra la gracia al chiste, solo él puede apreciar la emoción que le brota
de ese recuerdo.
Pero
aquí no hay ganadores, no hay éxito a compartir, no hay victorias... ¿ni derrotas? ¡Papá! ¿Porqué somos del ...? ¡Perdón!, ....de esta profesión?
A
lo largo de estos años, he ido encontrando y abandonando, coleccionando y
renovando amigos y compañeros, compañeros y amigos. Escuchar sus experiencias y
aprender de ellas han constituido el principal impulso para seguir avanzando,
para vencer el desaliento y el desánimo y para proyectar la vista al horizonte.
Todos
ellos me han llenado la mochila de la ilusión, de la esperanza y de la energía
positiva que es necesaria para alimentar el espíritu en esta profesión.
Cómo
no acordarme de mis primeros compañeros del I.B. Juan de Herrera de San Lorenzo
del Escorial, de Isidro, e Isabel y, en especial, de Román, que me enseñaron a
entrar en clase, a perder el miedo escénico al aula, a disfrutar de los alumnos
y que me mostraron lo afortunado que podía llegar a ser en este oficio y todo
lo que me faltaba por aprender.
De
todos mis compañeros en el I.E.S. Vicente Aleixandre de Pinto o en el recién
bautizado I.E.S. Miguel de Cervantes de Móstoles que me mostraron lo
maravilloso de ejercer esta profesión en un buen ambiente de trabajo sin que
nadie se preocupara de tu escalafón: estable o no, definitiva, expectativa o interino _¡Qué más da!_, y que me
contagiaron su pasión y su amor por este trabajo.
De
Dolores, Sagrario y Diana, de "las tres gracias" del I.E.S. Margarita
Salas de Majadahonda que me hicieron apreciar que los riesgos que tiene esta
profesión no son tan fieros y que merecen la pena. Qué no decir de Nacho e
Iñaki, de mis compañeros de promoción, recién aprobada la oposición en el I.E.S.
Castillo del Águila de Villaluenga de la Sagra, que "los tres
iguales" pudimos colmar definitivamente nuestras expectativas sobre esta
profesión.
Pero,
desde luego, no tuve conciencia de lo
que significa enseñar hasta que no tuve la ocasión de aprender de Javier Medina
y Javier Pariente. Ellos me metieron gustosamente en la cárcel de la didáctica.
Ellos dotaron de sentido a palabras como
proyecto, metodología, actividad y tantas otras que se resumen en tres:
trabajo, trabajo y trabajo. A los que me enseñaron que no tenemos por qué ser
héroes sino gladiadores de la tiza. Gracias.
De
mis compañeros del alma del I.E.S Sapere Aude, que han sido, son y serán, no sé
qué decir porque cualquier olvido sería imperdonable. Así que aprovecharé para
decírselo al oído como un requiebro amoroso que ya saben de mis debilidades.
Haré las excepciones que todos comprenderéis: A Manuel y a Nieves por su apoyo y
confianza y a mi hermano Víctor porque sí y porque no, por nada y por todo.
Pero
tiene que haber una mención muy especial a mis amigos, a los que me aguantan
desde hace tantos años. Algunos son también camaradas de la tiza y todos hemos
ido sufriendo juntos las neuras compulsivas del docente porque cada vez que nos
encontramos no podemos evitar hablar de otro tema, porque cada viernes y cada
sábado nos asalta la indignación, porque cada salida al campo, cada salida en
vacaciones es ocasión para nuestros continuos exorcismos. Gracias a todos ellos
porque son los que me apoyan y regañan, los que se ríen de mis
obsesiones y de mis olvidos, los que saben bajarme a la realidad. Son con los
que confronto mis vivencias y opiniones, mis sinsabores y mis arrebatos, mis
furias y mis quebrantos, y los que saben relativizarlos para poder seguir
sobreviviendo: A Rosa, a Jesús, a Marisa, a Fernando, a Nuria, a
Alberto y a Gemma. No hay gracias suficientes para que os abarquen.
En fin, puede
que seamos pocos, puede que seamos muchos, pero seguro que seremos más. Porque estamos
donde tenemos que estar, porque nos inclinamos con el viento inclemente pero no
nos doblamos, porque permanecemos, porque resistimos, porque nos levantamos,
porque caminamos hacia donde tenemos que caminar. ¿Caminamos juntos?
"No podéis preparar
a vuestros alumnos para que construyan mañana el mundo de sus sueños, si
vosotros ya no creéis en esos sueños; no podéis prepararlos para la vida, si no
creéis en ella; no podríais mostrar el camino, si os habéis sentado, cansados y
desalentados en la encrucijada de los caminos."
Célestin Freinet
Un artículo muy emotivo que he releído varias veces, Esta es una profesión de "relevos" y de continuidad, lejos de los rupturismos de los que se empeñan en reinventar la educación cada día, lejos de los que desprecian el trabajo diario y la memoria de los que han hecho posible que ahora estemos en este punto de salida. Porque en educación no hay una meta, sino un trayecto que nos dirige hacia un horizonte siempre lejano pero también atractivo, atrayente.
ResponderEliminarSi algo he podido aprender en "esas trincheras compartidas" son las numerosas bondades del trabajo en equipo. Yo también recuerdo esos ciclos de cine histórico-científico con el que pretendíamos abrir horizontes a aquellos cuya vida se restingía a un patio de reducidas dimensiones. De aquel "Gladiator" lleno de errores históricos que tanto juego dio para debatir.
Experiencias que dejan huella. Que no se olvidan.
Pero de todo lo que escribes me quedo sobre todo con esa frase que suscribo cada día más: "sin emociones, sin pasión no hay enseñanza ni aprendizaje."
Sin esa relación intensa no hay educación posible.
Sigamos sintiendo, emocionándonos, sorpendiéndonos, inventando, soñando, viviendo.
Un abrazo, compañero, o como diría, Maximo Décimo Meridio: "Fuerza y honor"
Jesús, querido amigo, es un placer leerte y saber que estás ahí, comprobar cómo las ideas nos evolucionan, pero no cambian nuestros principios. Principios que compartimos y mantuvimos en situaciones ciertamente complejas sabiendo que sólo a través de ellos, o por ellos, se puede (pudimos) alcanzar la autonomía intelectual y moral por la que clamaba otro grande de la Pedagogía, Piaget. Nos costó hacernos respetar, pero creo que conseguirlo mereció la pena. Por eso leo con tanta satisfacción tu blog.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.