La escuela

La escuela

martes, 20 de mayo de 2014

Con palabras

             Me gustaría presentaros con satisfacción grandes experiencias didácticas, mostraros orgulloso una realidad que demostrara que podemos cambiar el modo de enseñar en nuestros centros con un clic.
            Me gustaría pensar que sin disponer de medios, apoyos y recompensas se puede ser capaz de cambiar la enseñanza, que podemos ser capaces de involucrar en nuestra aventura a todos: profesores, alumnos y familias, de hacerles participar y colaborar, de crecer y mejorar juntos. Pero no lo creo.     
            Ya estoy un poco harto de reflexionar sobre educación, de repensar sobre la enseñanza, de replantearme los procesos de aprendizaje y de usar palabras extrañas al vocabulario de la calle. Al fin y al cabo a mí sólo me interesan las personas, las personas y sus necesidades, las personas y su sentimientos: las  de mis compañeros, las de mis alumnos y sus familias.
            Pero, en estos aciagos tiempos, está mal visto hablar de afectos, de emociones, de valores. No sólo resulta impúdico sino trasnochado. Los que nos hemos aprendido y desaprendido desde la educación socioafectiva y la educación en valores, de los transversales y las transversales, de la inteligencia emocional y de las inteligencias múltiples nos encontramos perplejos ante la resurrección de la distancia y la tangente, del desmarque y el fuera de juego, de la selección y la marginación, de la élite y de la exclusión sin piedad, sin pudor y sin vergüenza.
            Escribo para que no se me olvide, porque no se nos puede olvidar, que la educación se realiza por y para la gente, para todos y para todas. Por ello, me quiero acordar de todos aquellos que la devuelven a su sitio, al corazón de las emociones. Porque sin emociones, sin pasión no hay enseñanza ni aprendizaje. Y le llaman Emotionware. ¡Y dale, que dale! ¿Qué horror!
            Les dedico a todos ellos palabras sólo palabras, nada más que palabras. Palabras para quienes me han enseñado a ocuparme y preocuparme de mis alumnos como personas y no sólo de que aprendan contenidos, contenidos y más contenidos. Palabras para quienes me enseñaron a interesarme más por las miradas de los alumnos que  por lo que dice el libro de texto, para quienes me enseñaron la importancia de dedicar una sonrisa, de escuchar, coger del brazo, de tocar la espalda de un alumno cuando lo necesita, para quienes me alentaron a contagiar la pasión que sentimos nosotros cuando estamos en el aula.
            Si hacemos disfrutar a nuestros alumnos, también podemos disfrutar nosotros. Si entendemos de qué va eso de escuchar, de conectar con el alumno, de aprender de ellos, entenderemos que no podemos cortar el fluido de energía, de aliento, de vida que nos transmiten sin pensar en las consecuencias de lo contrario: el cansancio, el desánimo y la rutina.
            Tenemos la responsabilidad de ser profesores y de ser buenos profesores. Pero el cómo sí importa. Vaya si importa. Importa si tenemos una actitud positiva, si nos implicamos con lo que hacemos, si perdemos los miedos. Tenemos que dar respuestas a los que nos necesitan como alumnos, como compañeros, como personas, porque ellas dotan de sentido a lo que hacemos. Como una vez le dije a una alumna _¡Hola, Belén!_: No hay excusas. No hay miedo.
            Llegado este momento, es necesario ponerle nombres a mis maestros. No tengo la  intención de elaborar una interminable lista de agradecimientos al estilo de las ceremonias de los Goya. Ya sabéis: a mi padre y a mi madre, a mi esposa, a mis hijos y a mis amigos y una alusión quejosa al ministro. También podía contaros una anécdota significativa de cada uno de ellos, pero os aseguro que como en la dichosa gala sólo el premiado le encuentra la gracia al chiste, solo él puede apreciar la emoción que le brota de ese recuerdo.
            Pero aquí no hay ganadores, no hay éxito a compartir, no hay victorias... ¿ni derrotas? ¡Papá! ¿Porqué somos del ...? ¡Perdón!, ....de esta profesión?
            A lo largo de estos años, he ido encontrando y abandonando, coleccionando y renovando amigos y compañeros, compañeros y amigos. Escuchar sus experiencias y aprender de ellas han constituido el principal impulso para seguir avanzando, para vencer el desaliento y el desánimo y para proyectar la vista al horizonte.
            Todos ellos me han llenado la mochila de la ilusión, de la esperanza y de la energía positiva que es necesaria para alimentar el espíritu en esta profesión.
            Cómo no acordarme de mis primeros compañeros del I.B. Juan de Herrera de San Lorenzo del Escorial, de Isidro, e Isabel y, en especial, de Román, que me enseñaron a entrar en clase, a perder el miedo escénico al aula, a disfrutar de los alumnos y que me mostraron lo afortunado que podía llegar a ser en este oficio y todo lo que me faltaba por aprender.
            De todos mis compañeros en el I.E.S. Vicente Aleixandre de Pinto o en el recién bautizado I.E.S. Miguel de Cervantes de Móstoles que me mostraron lo maravilloso de ejercer esta profesión en un buen ambiente de trabajo sin que nadie se preocupara de tu escalafón: estable o no, definitiva, expectativa o interino _¡Qué más da!_, y que me contagiaron su pasión y su amor por este trabajo.
            De Dolores, Sagrario y Diana, de "las tres gracias" del I.E.S. Margarita Salas de Majadahonda que me hicieron apreciar que los riesgos que tiene esta profesión no son tan fieros y que merecen la pena. Qué no decir de Nacho e Iñaki, de mis compañeros de promoción, recién aprobada la oposición en el I.E.S. Castillo del Águila de Villaluenga de la Sagra, que "los tres iguales" pudimos colmar definitivamente nuestras expectativas sobre esta profesión.
            Pero, desde luego, no  tuve conciencia de lo que significa enseñar hasta que no tuve la ocasión de aprender de Javier Medina y Javier Pariente. Ellos me metieron gustosamente en la cárcel de la didáctica. Ellos dotaron de sentido a  palabras como proyecto, metodología, actividad y tantas otras que se resumen en tres: trabajo, trabajo y trabajo. A los que me enseñaron que no tenemos por qué ser héroes sino gladiadores de la tiza. Gracias.
            De mis compañeros del alma del I.E.S Sapere Aude, que han sido, son y serán, no sé qué decir porque cualquier olvido sería imperdonable. Así que aprovecharé para decírselo al oído como un requiebro amoroso que ya saben de mis debilidades. Haré las excepciones que todos comprenderéis: A Manuel y a Nieves por su apoyo y confianza y a mi hermano Víctor porque sí y porque no, por nada y por todo.
            Pero tiene que haber una mención muy especial a mis amigos, a los que me aguantan desde hace tantos años. Algunos son también camaradas de la tiza y todos hemos ido sufriendo juntos las neuras compulsivas del docente porque cada vez que nos encontramos no podemos evitar hablar de otro tema, porque cada viernes y cada sábado nos asalta la indignación, porque cada salida al campo, cada salida en vacaciones es ocasión para nuestros continuos exorcismos. Gracias a todos ellos porque son los que me apoyan y regañan, los que se ríen de mis obsesiones y de mis olvidos, los que saben bajarme a la realidad. Son con los que confronto mis vivencias y opiniones, mis sinsabores y mis arrebatos, mis furias y mis quebrantos, y los que saben relativizarlos para poder seguir sobreviviendo: A Rosa, a Jesús, a Marisa, a Fernando, a Nuria, a Alberto y a Gemma. No hay gracias suficientes para que os abarquen.
            En fin, puede que seamos pocos, puede que seamos muchos, pero seguro que seremos más. Porque estamos donde tenemos que estar, porque nos inclinamos con el viento inclemente pero no nos doblamos, porque permanecemos, porque resistimos, porque nos levantamos, porque caminamos hacia donde tenemos que caminar. ¿Caminamos juntos?

"No podéis preparar a vuestros alumnos para que construyan mañana el mundo de sus sueños, si vosotros ya no creéis en esos sueños; no podéis prepararlos para la vida, si no creéis en ella; no podríais mostrar el camino, si os habéis sentado, cansados y desalentados en la encrucijada de los caminos."
Célestin Freinet

2 comentarios:

  1. Un artículo muy emotivo que he releído varias veces, Esta es una profesión de "relevos" y de continuidad, lejos de los rupturismos de los que se empeñan en reinventar la educación cada día, lejos de los que desprecian el trabajo diario y la memoria de los que han hecho posible que ahora estemos en este punto de salida. Porque en educación no hay una meta, sino un trayecto que nos dirige hacia un horizonte siempre lejano pero también atractivo, atrayente.
    Si algo he podido aprender en "esas trincheras compartidas" son las numerosas bondades del trabajo en equipo. Yo también recuerdo esos ciclos de cine histórico-científico con el que pretendíamos abrir horizontes a aquellos cuya vida se restingía a un patio de reducidas dimensiones. De aquel "Gladiator" lleno de errores históricos que tanto juego dio para debatir.
    Experiencias que dejan huella. Que no se olvidan.
    Pero de todo lo que escribes me quedo sobre todo con esa frase que suscribo cada día más: "sin emociones, sin pasión no hay enseñanza ni aprendizaje."
    Sin esa relación intensa no hay educación posible.
    Sigamos sintiendo, emocionándonos, sorpendiéndonos, inventando, soñando, viviendo.

    Un abrazo, compañero, o como diría, Maximo Décimo Meridio: "Fuerza y honor"

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  2. Jesús, querido amigo, es un placer leerte y saber que estás ahí, comprobar cómo las ideas nos evolucionan, pero no cambian nuestros principios. Principios que compartimos y mantuvimos en situaciones ciertamente complejas sabiendo que sólo a través de ellos, o por ellos, se puede (pudimos) alcanzar la autonomía intelectual y moral por la que clamaba otro grande de la Pedagogía, Piaget. Nos costó hacernos respetar, pero creo que conseguirlo mereció la pena. Por eso leo con tanta satisfacción tu blog.

    Un fuerte abrazo.

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